Este fin de semana se celebraba el festival "Monsters of Rock" en Zaragoza. El evento reunía durante dos días a varios grupos de la escena Heavy Metal de las últimas décadas, con Ozzy Osbourne y Motörhead como cabezas de cartel. Slayer y Megadeth hicieron las veces de secundarios de lujo desplazados por las canas de los vetustos Ozzy y Lemmy.
Las corrientes progressive/speed/power metal (aplíquese la que corresponda según su sensibilidad artística) del mundillo heavy estuvieron representadas por Children of Bodom el primer día, mientras que el segundo esta función corría a cargo de Dream Theatre y Kamelot. Para el público infantil llegaron los Blind Guardian el sábado. El resto de grupos cumplía una función clara de relleno y acorde a ello dieron cortas actuaciones que aumentaron la desgana de los profanos y decepcionaron a sus seguidores; es el caso de los nacionales Mago de Oz o los poco conocidos Riverside, que pasaron sin pena ni gloria agradeciendo tanto público como músicos el termino de la hora escasa asignada para sus actuaciones. Sin comentarios de Brujería ni Black Label Society porque casi todo el mundo se quedó sin verlos debido al tapón que se formó a la entrada el primer día. De todas maneras, Zakk Wylde (alma de Black Label) es desde hace años el guitarrista de Ozzy y se guardó en un tupper 15 minutos de riffs para deleitar a los asistentes en el descanso del último concierto del día
Viernes 22: Megadeth ensombrece a Ozzy y se lo pone difícil a Slayer
Aprovechando la euforia del primer día y la desgana generalizada por los conciertos anteriores la banda dirigida por Mustaine desata desde los primeros temas una exposición de genuino thrash metal que hace enloquecer al público. Las primeras filas son una masa compacta de cuerpos y la temperatura del aire pasa de los 50 grados lo que la hace casi irrespirable; la zona intermedia es un campo de batalla donde la gente salta, grita y mueve caóticamente los brazos, se forma una marejada que derriba a decenas de personas en cada oleada. A salvo de los "pogos" y dejando un espacio de cosa de un metro, el resto del público se ordena en filas a trebolillo y agita rítmicamente las cabezas intentando corear los temas, estallando en una histeria similar al resto en los estribillos de las canciones más conocidas. Megadeth estaba dando un recital muy correcto, con la que sería la mejor calidad de sonido del festival, centrado en los temas más emblemáticos de sus 25 años de trayectoria y tocando de pasada un par de temas de su último disco. A buen seguro muchos de los asistentes menos aficionados a este estilo tomaron nota mental del grupo para futuros acercamientos.
Children of Bodom intentó aprovechar este estado de cosas para que su actuación no quedará en una mera transición, pero no pudieron convencer a la exhausta y hambrienta mayoría que siguió su concierto por las pantallas.
El último concierto del día corría a cargo de Ozzy y los asistentes se organizaron en una disposición similar a la adoptada con Megadeth. A punto de cumplir 60 años, figura mítica del rock, Ozzy Osbourne saltó al escenario con una imagen sobria y tratando de calentar al público y canturreando un castizo "oé oé". La experiencia en el escenario del veterano cantante brillaba, Zakk Wylde daba la mejor exhibición de guitarra de todo el festival, muchos temas de Black Sabath que todos sabían corear, rápidos vistazos a su último disco para volver a caer rápidamente en los clásicos "Road to Nowhere" o "Mama I'm Going Home". Una instrumentación muy correcta liderada por los riffs enloquecidos de Wylde que sacó para delicias de los nostálgicos una SG de doble mástil en uno de los temas. Pero algo fallaba. La multitud de fans reunida junto al escenario se miraba con desconfianza: "Brutal! Brutal! Pero Ozzy está como... Como perdido... ¿No?" Un gran concierto que no defraudó pero que careció de la precisión y entrega esperadas tras la demostración de calidad de los Megadeth y unos bises caóticos donde no apareció el ansiado y pedido "Crazy Train".
Sábado 23: De como Lemmy se queda con toda la parroquia
El sábado era el día del doble bombo y los seguidores de Slayer se revolvían durante las actuaciones del resto de grupos impacientes por ver si ganaban este asalto a los fans, y a los conversos del día anterior, de megadeth.
Kamelot hizo la delicia de sus seguidores y fueron los únicos del festival en tener la deferencia con sus fans de ofrecerse a firmar discos, camisetas o torsos femeninos finalizado el concierto. No puedo ofrecer una descripción detallada de su actuación entre otras cosas porque me dejan indiferente y me fuí a Zaragoza a tomar algo. Pero tengo que afirmar por los muchos comentarios oidos que dejaron un buen gusto de boca a los asistentes.
Dream Theater ofreció un concierto que quizá por la temprana hora no fue tan multitudinario como cabría esperar y que suscitó opiniones diversas. Para unos fue el mejor concierto del Monsters, para otros (entre los que me incluyo) una mera transición que se saldó en decepción por la actuación desigual del guitarra John Petrucci. El afamado guitarrista quedó emparedado entre la exhibición de autoridad de Wylde el día anterior y la descarga que soltó en el concierto siguiente Kerry King.
Ya había anochecido cuando los abucheados "pipas" de los Slayer montaban la batería de Lombardo sobre el escenario. Volvía a dividirse el público en tres zonas. El divismo del grupo apareció en forma de interminables pruebas de sonido mientras el público aprovechaba para sacudirse el cansancio arreando algún codazo a discreción, arrojando ocasionalmente algún objeto al frente e insultando a los impertinentes técnicos que bien podrían haber entrado en el cartel por el tiempo que se tiraron en el escenario prueba que te prueba.
Cuando Araya y compañía saltaron al escenario una histeria colectiva se adueño del público, cada uno chillando algo diferente. El bajista de origen chileno agradecía paciente y en un buen castellano el recibimiento pero el público seguía a lo suyo, jaleando indiferentemente a un integrante u otro, perdido en un mar de gritos y empujones. La batería de Lombardo se hizo entonces un hueco entre el guirigay y Slayer comenzó a tocar. Había quizá un ambiente más enloquecido que con grupos anteriores. Las cabezas se agitaban golpeando necesariamente las que se situaban próximas. Las filas se apretaban y la gente se palmeaba la espalda cuando los golpes recibidos o atizados eran especialmente intensos. Era curioso golpear a alguien en la garganta y recibir una sonrisa cómplice en respuesta.
El desenfreno y camaradería se trasladó al escenario que sacó a los músicos de la frialdad inicial e hizo que participaran de la fiesta que, en su honor, el público había comenzado sin ellos. Slayer no cambió de sistema y se agarró a todos los temas emblemáticos, si el público coreaba un título se convertía automáticamente en la pieza siguiente. Gran actuación individual y de grupo. La contienda entre los dos mastodontes del thrash que concurrían finalizaba en empate. Aun así, el recuerdo de Megadeth haría que nos decidiéramos por ellos a todos los que esperábamos menos y apostábamos a priori por Slayer.
Las fuerzas se han acabado tras dos días tan intensos. Muchos comienzan a marcharse tras el concierto de Slayer. Los titanes de las primeras filas se retiran a recostarse en cualquier cosa, planteándose unirse a la deserción. Las barras se llenan de un público que secretamente piensa que Motörhead tiene poco que añadir a todo lo que se ha visto en estos dos días y los móviles comienzan a sonar preguntando a sus dueños si se van o se quedan. Imperceptiblemente la batería ha cambiado, y el rack de amplificadores y pantallas es distinto. Parece que los head tienen prisa por empezar. Las luces se apagan y todos miran con mas curiosidad que ansia lo que pueda pasar sobre el escenario. Uno de mis compañeros de concierto ha perdido las gafas durante la batalla campal que se acaba de librar con los Slayer, así que, aunque estamos a pocos metros del escenario, le tengo que ir contando lo que va pasando:
"Umm... hay una montaña de músculos de pelaje rubio oxigenado en la batería y ha salido un tirillas con una guitarra. Si se tiran otra media hora probando sonido me piro"
Pero repentinamente Lemmy, el sexagenario líder de los Motörhead, aparece por una esquina donde se queda parado ante un pie de micro. El "tirillas", que destaca en comparación con las calderas de calefacción que han estado rasgueando las guitarras durante el fin de semana, ocupa el lugar principal, ante la batería; también tiene un micro que usará para interpelar al público a lo largo del concierto (en todos los conciertos anteriores sólo el líder del grupo se dirigía al público). El vozarrón de Lemmy saca al público de su ensimismamiento, los más distraídos se vuelven hacia el escenario. Aquella voz cascada, casi gutural, se está cachondeando del distinguido público. No intenta calentarlo, no pide a la gente que se acerque, alce sus manos o grite el nombre del grupo, sólo se ríe del estado lamentable que presenta toda la pandilla de pelos largos y rostros marcados por el cansancio que se distribuye cansinamente por la explanada.
"Parece que no han traído a nadie de apoyo, van a tocar sólo los tres"
El redoble con los bombos de la batería hace temblar el escenario y la montaña de músculos aprovecha que tiene las manos libres para saludar, la guitarra, con un marcado chorus y wha-wha, llena con su sonido la ausencia de un teclista o segunda guitarra. Es entonces cuando, tras un par de golpes contundentes de bajo, Lemmy se deja de reír y comienza a cantar. El público está confuso. Pero la canción les suena y algunos comienzan a bailar. Acaba la canción y Lemmy presenta rápidamente otro tema arrancando con la misma fuerza.
La gente se ha levantado y tímidamente las primeras filas comienzan a apretarse. Desde atrás comienza un goteo de camisetas con el As de Picas que se hacen fuertes en un grupo cada vez más numeroso. Cuando acaba la canción el guitarrista comenta al público que entre canciones puede hacer ruido, que no les molesta. Carcajada general. Lemmy anuncia que el siguiente tema lo escribió en el 83, cuando ninguno de los presentes había nacido, así que no cree que nadie pueda ayudarle con los coros. Otra carcajada. Los bisoños heavies se proponen plantear batalla al viejo bigotudo del escenario y comienzan a bailar, saltar y chillar derrochando una energía que ya no tienen.
Es tras esta canción cuando Lemmy dice una palabra que curiosamente no se había oído en todo el fin de semana. Acercándose al micro reverentemente lanza una consigna que muchos esperábamos. Un himno que ha quedado perdido entre tanta etiqueta "chorras metal":
"Rock & Roll!"
Este detonante que hace que la gente abandone su sitio y literalmente corra hacia el escenario. Un clásico rock&roll está sonando, pocos conocen la canción pero la cadencia inconfundible y tantas veces oída mueve a todos a bailar y olvidar que sus pies ya no pueden soportar más. En el descanso, otra carencia del fin de semana queda cubierta con el solo de batería de Mickey Dee. Sin permiso de Lombardo o Portnoy se alza con el título oficioso de mejor batería del festival con una interpretación que sólo podría calificarse de alienígena. Con la vuelta de los dos integrantes ausentes, y aprovechando que abajo no han acabado las ovaciones dedicadas al visitante del planeta Fungus oxigenado, se instalan un bombo y un charles con una pandereta al frente del escenario. Lemmy se pone al frente, sin su bajo. Baterista y guitarrista son provistos de un par de acústicas. Los asistentes miran divertidos preguntándose que estarán tramando ahora y que nuevo as de picas se sacará Lemmy de la manga.
"El batería ahora va a tocar la acústica, y Lemmy ha dejado el bajo" comento a mi compañero que a pesar de encontrarse a 8 metros del escenario sigue sin ver que pasa.
"¿Va a tocar en acústico después de 32 horas de metal sin concesiones? Este se está quedando con todos nosotros"
"A ver que pasa"
Lo que pasa es que Lemmy saca una armónica y los tres comienzan a tocar un rock sureño.
"Si lo pudiera ver tampoco me lo creería" comenta V mientras me agarra por el hombro para que me una a su baile. El resto de personas han formado un grupo uniforme y siguen el ritmo que Dee marca con la caja y la pandereta mientras acompaña con acordes los desgarrados punteos. Cuando vuelven a ocupar sus puestos originales y continúa el concierto el mar de gente que poco a poco se había arremansado junto al grupo se encrespa. Se mire donde se mire sólo hay brazos levantados. Cuando lleba el momento del bis todos piden "Ace of Spades" que se hace esperar pero que llega y cierra el mejor concierto del certamen.
Este sábado un anciano de voz cascada, un tío con una guitarra y un extraterrestre armado de baquetas recordaron a todo el mundo que, más allá de tendencias y las experiencias nuevas, los viejos standars se mantienen en nuestra memoria colectiva, uniéndonos, haciéndonos sentir bien. Que las sensaciones nos identifican sólo una vez que han posado en el recuerdo, sólo cuando las podemos visitar de nuevo y reconocerlas.
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